“Historia de una Princesa, su papá y el Príncipe Kinoto Fukasuka”
Lee el siguiente cuento las veces que creas necesarias, para poder responder las preguntas que aparecen al final del cuento.
“Historia de
una Princesa, su papá y el Príncipe Kinoto Fukasuka”
Sukimuki era una princesa japonesa. Vivía en la ciudad de Siu Kiu, hace como dos mil años, tres meses y un dia.
En esa época, las
princesas todo lo que tenían que hacer era quedarse quietitas. Nada de ayudarle
a la mamá a secar los platos. Nada de hacer mandados. Nada de bailar con abanico.
Nada de tomar naranjada con pajita. Ni siquiera ir a la escuela. Ni siquiera
sonarse la nariz. Ni siquiera pelar una ciruela. Ni siquiera cazar una lombriz.
Nada, nada, nada. Todo lo hacían los sirvientes del palacio: vestirla,
peinarla, estornudar por ella, abanicarla, pelarle las ciruelas.
¡Cómo se aburría
la pobre Sukimuki!
Una tarde estaba,
como siempre, sentada en el jardín espantando moscas, cuando apareció una
enorme Mariposa de todos los colores.
Y la Mariposa
revoloteaba, y la pobre Sukimuki la miraba de reojo porque no le estaba
permitido mover la cabeza. –¡Qué linda mariposa! –murmuró al fin Sukimuki, en
correcto japonés.
Y la Mariposa
contestó, también en correctísimo japonés: –¡Qué linda Princesa! ¡Cómo me
gustaría jugar a la mancha con usted, Princesa!
–No puedo –volvió
a responder la Princesa haciendo pucheros.
–¡Cómo me
gustaría bailar con usted, Princesa! –insistió la Mariposa.
–Eso tampoco puedo
–contestó la pobre Princesa.
Y la Mariposa, ya
un poco impaciente, le preguntó:
–¿Por qué usted
no puede hacer nada?
–Porque mi papá,
el Emperador, dice que si una Princesa no se queda quieta como una galleta, en
el imperio habrá una pataleta.
–¿Y eso por qué?
–preguntó la Mariposa.
–Porque sí
–contestó la Princesa–, porque las Princesas del Japón debemos estar quietitas
sin hacer nada. Si no, no seríamos Princesas. Seríamos mucamas, colegialas, bailarinas
o dentistas, ¿entiendes?
–Entiendo –dijo
la Mariposa–, pero escápese un ratito y juguemos. He venido volando de muy
lejos nada más que para jugar con usted. En mi isla, todo el mundo me hablaba de
su belleza.
A la Princesa le
gustó la idea y decidió, por una vez, desobedecer a su papá. Salió a correr y
bailar por el jardín con la Mariposa. En eso se asomó el Emperador al balcón y
al no ver a su hija armó un escándalo de mil demonios.
–¡Dónde está la
Princesa! –gritó el emperador ¡¡.
Y llegaron todos
sus sirvientes, sus soldados, sus vigilantes, sus cocineros, sus lustrabotas y
sus tías para ver qué le pasaba.
–¡Vayan todos a
buscar a la Princesa! –rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.
Y allá salieron
todos corriendo y el Emperador se quedó solo en el salón.
–¡Dónde está la
Princesa! –repitió. Y oyó una voz que respondía a sus espaldas:
–La Princesa está de jarana donde se le da la gana. El Emperador se dio vuelta furioso y no vio a nadie. Miró un poquito mejor, y no vio a nadie. Se puso tres pares de anteojos y entonces sí vio a alguien. Vio a una mariposota sentada en su propio trono.
–¿Quién eres?
–rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.
Y agarró un
matamoscas, dispuesto a aplastar a la insolente Mariposa.
Pero no pudo. ¿Por
qué? Porque la Mariposa tuvo la ocurrencia de transformarse inmediatamente en
un Príncipe.
Un Príncipe buen
mozo, simpático, inteligente, gordito, estudioso, valiente y con bigotito.
El Emperador casi
se desmaya de rabia y de susto.
–¿Qué quieres?
–le preguntó al Príncipe con voz de trueno y ojos de relámpago.
–Casarme con la
Princesa –dijo el Príncipe valientemente.
–¿Pero de dónde
diablos has salido con esas pretensiones?
–Me metí en tu
jardín en forma de mariposa –dijo el Príncipe– y la Princesa jugó y bailó
conmigo. Fue feliz por primera vez en su vida y ahora nos queremos casar.
–¡No lo
permitiré! –rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.
–Si no lo
permites, te declaro la guerra –dijo el Príncipe sacando la espada.
–¡Servidores,
vigilantes, tías! –llamó el Emperador.
Y todos entraron
corriendo, pero al ver al Príncipe empuñando la espada se pegaron un susto
terrible.
A todo esto, la
Princesa Sukimuki espiaba por la ventana.
–¡Echen a este
Príncipe insolente de mi palacio! –ordenó el Emperador con voz de trueno y ojos
de relámpago.
Pero el Príncipe
no se iba a dejar echar así nomás. Peleó valientemente contra todos. Y los
lustrabotas escaparon por una ventana. Y las tías se escondieron aterradas
debajo de la alfombra. Y los vigilantes se treparon a la lámpara.
Cuando el Príncipe
los hubo vencido a todos, preguntó al Emperador:
–¿Me dejas casar
con tu hija, sí o no?
–Está bien –dijo
el Emperador con voz de laucha y ojos de lauchita–. Cásate, siempre que la
Princesa no se oponga.
El Príncipe fue
hasta la ventana y preguntó a la Princesa:
–¿Quieres casarte
conmigo, Princesa Sukimuki?
–Sí –contestó la
Princesa entusiasmada.
Y así fue como la
Princesa dejó de estar quietita y se casó con el Príncipe Kinoto Fukasuka. Los
dos llegaron al templo en monopatín y luego dieron una fiesta en el jardín. Una
fiesta que duró diez días y un enorme chupetín.
Así acaba, como ves, este cuento japonés
EJERCICIO
1. 1. Copia los nombres de todos los personajes del
cuento.
2. 2. Donde sucede la historia.
3. 3. Si hoy es 29 de Septiembre de 2022, Cuándo sucede la
historia?
4. 4. Busca en el diccionario el significado de las
siguientes palabras:
a.
JARANA.
b.
LAUCHA
c. PRETENSION
5. 5. Dibuja en tu cuaderno de castellano al príncipe
y a la princesa.
6. 6. Describe con un dibujo, como crees tu que es un
palacio japones por dentro y por fuera?
7. 7. Lee una parte del cuento en voz alta y enviame al wathsapp un audio, con tu nombre.
GRACIAS
7.
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